Antes de llegar nos perdimos por el bonito paraje de la meseta castellano-manchega, dando con una hermosa puesta de Sol en los caminos que rodean el despoblado.
Recorrimos las primera de las tres calles de tierra, barro en ese momento por las lluvias caídas en los días anteriores. Nos dimos cuenta que, aunque la finca era más grande de lo que habíamos imaginado, casi todas las casas eran, si no idénticas, sí muy parecidas, al menos en sus fachadas.
No parecía un pueblo antiguo. Parecía que en ese momento bien podría estar habitado y ser una de tantas urbanizaciones cercanas a pequeños pueblos en las comunidades cercanas a Madrid. Al llegar a la iglesia se constató esta impresión: era bastante grande comparado con el tamaño del pueblo y sin embargo tenía un aspecto bastante moderno.
A su lado estaba una casa que se salía de lo normal entre el resto. Parecía ser un bar o un restaurante y por lo que mi dueño buscó luego en internet era lo segundo: un restaurante. Su conservación era bastante peor que las del resto de casas, al menos de las que habíamos visto hasta entonces.
Seguimos por otra de las calles del pueblo, volviendo hacia el coche, ya que la noche se nos echaba encima y mi labor cada vez llevaba más tiempo y resultaba menos fructífiera, decidiendo, eso sí, volver allí en algún momento. Con esta promesa de volver (que ya se le van acumulando los sitios para volver a este tío...) me despido hasta la próxima excursión. Pero os dejo algunas de las leyendas urbanas que rodean este lugar.
Entre sus leyendas urbanas, forjadas en los últimos años por la red, están tres que han sido las que la mayoría de las personas han seguido para intentar toparse con el misterio.
En una de ellas cuentan la historia de que dos familias se enfrentaron entre si por tierras y algunos problemas sentimentales. Las familias llegaron a la sin razón y hubo varios asesinatos entre varios de los miembros
Cuenta otra leyenda que un día un pastor condujo el ganado hasta el monte y por la mañana aparecieron todos muertos: las ovejas y su guía. Fallecieron en la misma finca en la que vivían, en El Alamín. El pánico se extendió por el poblado y sus habitantes huyeron.
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